Mientras
Titón, Silvia y Alejandro permanecían en las casas de curación, Finred decidió
ir a dar un paseo por las calles del Bastión Elemental. El elfo arcano había
estado en otras ocasiones en la ciudad flotante pero él prefería vivir en el
Bosque Sombrío y velar por la defensa de sus fronteras. No obstante, las
palabras de Alejandro lo habían intrigado y su curiosidad por el asunto del
Innombrable no hacía más que aumentar. En ocasiones el mago había escuchado habladurías
sobre el asunto, algunas viejas leyendas y cuentos para asustar a los niños,
pero nada concreto. Por esa razón, mientras Titón terminaba de recuperarse,
decidió dar un paseo hasta la biblioteca de la ciudad para investigar en los
libros.
Al salir de
las Casas de curación, respiró el aire fresco y agradable de la ciudad. La
tarde avanzaba y la luz cálida del ocaso arrojaba destellos de color dorado
sobre las fachadas de los edificios. Finred sabía que en algún lugar había una
gran biblioteca pero había tantas calles a su alrededor que temía perderse por
el camino. Se hallaba pensando qué camino tomar cuando vislumbró una figura que
se dirigía hacia él con paso tranquilo. El elfo aprovechó la situación y abordó
al desconocido para interrogarle por la biblioteca.
- Buenas tardes
-dijo Finred-.
-
Bienhallado -contestó cortésmente el desconocido-.
Ante Finred
se alzaba un muchacho joven y alto que vestía su atlético cuerpo con una cota
de malla dorada. En su pecho lucía un blasón que representaba un enorme ojo
blanco. Tenía el cabello oscuro y un rostro agradable que inspiraba confianza.
De sus hombros colgaba una capa majestuosa con tonos fuego y en su espalda
colgaba un enorme mandoble.
- Mi nombre
es Finred, vine con un grupo de elfos arcanos hace unas horas. Traíamos un
herido.
- ¡Vaya! así
que tú eres el mago que trajo a Titón de vuelta al Bastión. Muchas gracias por
devolvernos a uno de los nuestros -dijo el joven con gentileza-.
- ¿Uno de
los vuestros? -pensó Finred en voz alta- eso quiere decir que tú eres uno de
los miembros del consejo.
-
Efectivamente, mi nombre es César Criado de los Eolir. Soy guardián del
Bastión. Mi trabajo es patrullar las calles e impedir que ningún intruso pasee
por este lugar sin permiso.
- Es una
suerte haberte encontrado, César C. -dijo Finred sonriendo- precisamente estaba
intentando llegar a la biblioteca ¿Tal vez puedas ayudarme?
- ¡Por
supuesto! -respondió César C.- conozco el Bastión como la palma de mi mano. De
hecho, estoy terminando mi turno de guardia y me dirijo a los cuarteles que
quedan cerca de la biblioteca. Te acompañaré parte del trayecto.
-
¡Excelente! -exclamó el elfo-.
Finred y César
C. ascendieron por una calle pulcramente empedrada. Los pasos del joven Eolir
hacían tintinear su armadura y la espada que colgaba de su espalda se
columpiaba con suavidad. El muchacho era algo tímido, permanecía callado y
estaba atento a lo que sucedía alrededor. César tenía una cualidad especial
para el estudio de la magia. Desde pequeño tenía ciertos problemas para
descifrar los pergaminos de hechizos. Eso dificultaba mucho sus tareas de
estudio hasta que sus profesores se dieron cuenta de que el alumno veía
símbolos y runas ocultas en el papel. Esta cualidad hacía que el joven eolir
progresara más despacio pero gracias a su habilidad había descubierto multitud
de hechizos secretos muy útiles para el Consejo.
El elfo,
mientras tanto, estaba maravillado contemplando la belleza de las calles por
las que pasaban. Había pequeñas casas de una sola planta adornadas con macetas
de colores vivos que colgaban de sus ventanas. Estaban hechas con piedras
perfectamente cuadradas y los dinteles de las puertas se hallaban adornados con
deliciosas figuras de madera.
- Está
ciudad es impresionante -dijo Finred-.
- Es un
lugar único -respondió César C. con orgullo-. La magia de este lugar hace que
todo sea más bello y la razón por la qué fue creada le otorga una nobleza
especial.
- La verdad
-dijo el elfo un poco avergonzado- es que no conozco muy bien el origen de este
lugar.
- Pues si te
parece, podría contarte la historia de la ciudad, aún nos queda un buen trecho
hasta la biblioteca.
- Eso sería
estupendo - contestó Finred con entusiasmo-.
- ¿Te
apetece comer algo? - dijo el muchacho ofreciéndole una pieza de fruta- la
historia es larga y puedes comer mientras caminamos.
- ¡Qué fruto
tan extraño! ¿De qué se trata?
- Es un kiwi
pachucho, solo crecen aquí en el Bastión ¡Están deliciosos!
- Gracias,
lo probaré - aceptó de buen grado Finred-.
César C. se
puso serio y comenzó a relatar con voz suave y solemne.
Hace mucho,
mucho tiempo, cuando ni siquiera Gormul existía, cuando Dambil aún era joven,
un gran cataclismo acechó la zona norte del mundo mágico.
Allí, entre
la ciudad del Minotauro y el mar de las siete aguas, concretamente en la ciudad
de Siempreinvierno, se estaba debatiendo una feroz batalla. Esta guerra
marcaría por completo la vida del Consejo de los 18.
Hacía ya dos
días y dos noches que el ejército de los orcos luchaba contra los habitantes
del reino del rey Brazofort. Humanos y orcos luchaban por un manuscrito; El Manuscrito de los Cuatro
Elementos. Éste guardaba todos los hechos ocurridos a todas y cada una de las
cuatro tribus. Sus secretos más ocultos, sus cualidades y debilidades. Todo y
absolutamente todo lo relativo ellas.
El campo de
batalla era un auténtico infierno. Todo era un completo caos. Orcos fuertes y
robustos; protegidos por gruesas corazas y poderosas hachas. Y humanos; con sus
respectivos yelmos, armaduras y espadas luchaban entre sí. En el suelo yacían
los cuerpos sin vida de aquellos valientes que habían dado su vida por salvar a
su pueblo de la codicia por el pergamino. El estridente sonido de las
formidables espadas al colisionar unas con otras estremecían el aire y los
llantos y lamentos de los guerreros envolvían el ambiente. El calor sofocante y
un desagradable olor a quemado inundaban la atmósfera.
El
manuscrito se encontraba en el valle de las gotas heladas, custodiado por
Fósforo y Stirlet, un par de dragones guardianes.
Mientras
tanto el rey de los orcos: Calaverón, se dirigía hacia allí. Brazofort (Rey de
los humanos) que ya conocía sus intenciones, persiguió al malvado rey para impedir
que el pergamino cayera en malas manos.
Cuando los
dos reyes se encontraron empezaron a luchar despiadadamente. Grandes y gruesas
gotas de sudor recorrían sus mejillas y la sangre manaba de las visibles
heridas que, poco a poco, iban haciéndose más graves.
Cuando
Calaverón estaba a punto de ser derrotado, en su último aliento consiguió dar
un golpe seco con su hacha sobre el manuscrito, separando éste en cuatro fragmentos. De repente una brillante
y cegadora luz empezó a surgir de los trozos del manuscrito y elevándose por
los cielos desaparecieron en el firmamento volando en diferentes direcciones.
Cada uno fue a caer a un lugar diferente del mundo mágico. Calaverón,
aprovechando la confusión, consiguió escapar y, durante muchos años estuvo
intentando reunir las cuatro partes del manuscrito.
Para impedir
que Calaverón consiguiera los fragmentos de pergamino, un representante de cada
una de las cuatro tribus se dedicó a
buscar los trozos desaparecidos por todo Dambil. Después de mucho esfuerzo y
sacrificio, consiguieron reunir los fragmentos. Poco después, para que el
pergamino no volviera a caer en malas manos, o se iniciaran guerras para
robarlo, decidieron crear un Consejo que reuniera a los habitantes más honrados
y poderosos de Dambil para protegerlo. Así fue como nació el primer Consejo.
Para que la
seguridad del pergamino fuera mayor, los representantes de las cuatro tribus se
reunieron en asamblea para tratar ese tema y, decidieron que el fragmento no
podía estar guardado en cualquier sitio pues podía ser robado con facilidad. La
importancia del fragmento era vital para la existencia de todo Dambil pues, si
los fragmentos volvían a ser unidos el poder del pergamino sería devastador si
era usado con malas intenciones. Así que el Consejo de sabios, temiendo la
traición de muchos seres codiciosos que habitaban el mundo mágico, hizo un
conjuro para ponerlo a salvo y mantenerlo escondido de cualquier mal.
Para el
hechizo, los Eolir dieron su agilidad y destreza; los Terrarus su fuerza y su
dureza; los Flaimers su sabiduría y su inteligencia y los Woiters su amor y voluntad.
Juntaron sus manos y formaron una gran bola resplandeciente y luminosa que se
elevó por los aires. De repente una porción de terreno comenzó a desprenderse
de la tierra dejando una gran llanura bajo sí. Se elevó del suelo, cada vez más
y más alto hasta que sólo llegó a ser un puntito en el firmamento. En ese
terreno flotante se edificó una ciudad con magia poderosa y antigua. Allí se
guardaría para siempre el pergamino elemental.
El Consejo
de sabios se mudó allí para así poder proteger mejor el pergamino. Éste pasó a
llamarse el Manuscrito Dorado, ya que ahora, después de todo, resplandecía
fuertemente y había tomado un bello color oro.
La ciudad
tomó el nombre de Bastión Elemental y pasó a ser el hogar de los encargados de
defender el Manuscrito. El consejo tomó el nombre de los componentes que lo
formaban. En un principio se llamó el Consejo de los 4 pues estaba formado por
los 4 humanos que consiguieron juntar de nuevo los fragmentos del pergamino
elemental. Poco a poco el consejo fue creciendo hasta el día de hoy, en el que
El Consejo de los 18 vela por la seguridad de Dambil y del pergamino.
La parte más
importante de la ciudad- dijo César señalando un edificio con forma de
pirámide- es la Pirámide Elemental, lugar donde se guarda el pergamino y donde
se celebraban las asambleas y reuniones de mayor importancia. Para mayor
protección, la ciudad está envuelta en una gran masa transparente mágica que la
aislaba del mundo exterior y…
- ¡¡Como me
enrollo!! -dijo César C. sorprendido- ya hemos llegado al cuartel. Yo debo
quedarme aquí.
- Es una
pena -sintió Finred- la historia de la ciudad me ha encantado, me gustaría
saber más cosas.
- Tal vez en
otra ocasión, por cierto, casi me olvidaba; la biblioteca queda al final de
esta calle, es aquel edificio grande de allí - dijo César C. a modo de
despedida-.
- Muchas gracias
por todo, César C. de los Eolir, ha sido un placer compartir este rato contigo
-se despidió Finred.
El elfo
continuó ascendiendo la calle en busca de la biblioteca de la ciudad, sus pasos
silenciosos acariciaban los adoquines del majestuoso Bastión Elemental. Las
respuestas siempre hay que buscarlas en los libros… ¿Qué o quién es el
Innombrable?
La historia del pergamino dorado está basada en la historia original de Ana Rodríguez Rusillo, una de las escritoras más increíbles del mundo
mágico de Dambil.
Qué chulo que ha estado estoy deseando saber quién es el Innombrable.
ResponderEliminarProfe me encanta pero sobretodo la parte del kiwi pachucho es para partirse!!!!!!
ResponderEliminar:DKaren
Me ha gustado mucho lo de kiwi pachucho y me a resultado muy interesante la historia.
ResponderEliminarAlexa
Me ha gustado mucho la parte en la que César.C le ofrece a Finred un kiwi pachucho.
ResponderEliminarFdo:Alex Constantín Iosef
Está historia está muy bien profesor como todas las que haces. Fdo: Kike López Ortuño
ResponderEliminarEsta historia es fascinante y muy intrigante esta vez te has superado profe esta muy muy chula.FDO:Silvia Palomares.
ResponderEliminarLa historia es muy buena pero lo que mas me gusta es lo del kiwi pachucho.
ResponderEliminarMe gusta mucho la historia. Me alegro de que por fin sepamos el origen del Bastión Elemental.Pero ... ¿ quién es el Innombrable ?
ResponderEliminarFDO: María Palomares <3<3<3
Me ha encantado esta historia, es diferente a las demás. Yo también estoy deseando saber quién es el Innombrable.
ResponderEliminar¡Felicidades! La historia es divertida, interesante y cambia de capítulo en capítulo, se descubren cosas nuevas en cada uno.
ResponderEliminar